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Estos investigadores recorrieron diversas islas hasta su regreso a Inglaterra el 8 de noviembre de 1815. Su primera visita a Santa Cruz fue solo de un día el 24 de junio de 1814. Al día siguiente saldrían para Gran Canaria para regresar el 11 de agosto a Tenerife. Leopold von Buch escribe al visitar Anaga Sur “Los valles situados entre Santa Cruz y la Punta de Anaga nos tuvieron ocupados varios días. Ellos se lo merecen pues allí todos los roques son notables y cada barranco contiene fenómenos que le es particular. Sin duda, el más interesante es el último, el valle de Igueste situado hacia la punta de la isla. Allí uno cree estar en la indias. Las grandes hojas de las plataneras reflejan por todo el valle el resplandor del sol y unos pequeños caseríos, rodeados de granados y de higueras, coronan a ambos lados este brillante bosque. Y finaliza: “Un poco más debajo de la Atalaya distinguimos un drago, dominando los matorrales de la pendiente, muy lejos de cualquier vivienda y que por su apariencia ha crecido en ese lugar sin haber sido plantado, lo que parece bastante notable. El 18 de agosto regresaron a La Laguna.
El 28 de octubre de 1815 llegó a Santa Cruz para aprovisionarse el barco que llevaba a la expedición de exploraciones Romanzov en su via- je alrededor del Mundo. Formaba parte de la misma el naturalista, botánico y poeta franco-alemán Adalbert von Chamisso. Su comentario sobre la villa fue la de una impresión poco favorable en el aspecto vegetal urbano “Unas pocas palmeras datileras y unas pocas plataneras en los jardines privados destacan en este paisaje desolador”.
En 1825 procedente de Cádiz se introdujeron en Tenerife unas pencas de nopal infectadas por el insecto Dactylopius coccus, conocido como “cochinilla” o “grana”. Este pulgón suministra el colorante rojo natural llamado “carmín”. El cultivo de los nopales o tuneras contami- nadas tardó algunos años en extenderse por ese rechazo natural que tiene el pueblo a la innovación. Sin embargo, entre 1845 hasta 1868 el auge fue de tal manera que el cultivo de los nopales, que ya se conocían en Tenerife desde los siglos anteriores, cubrieron las mejores zonas agrarias en toda la isla desde las costas hasta la medianías, alcanzando en ocasiones las cumbres expuestas a levante (Anaga).
En 1838 se inaugura el paseo de la Concordia de 143 metros de largo y 20 de ancho, como arbolado fueron plantados ejemplares de acacias y moreras. Dugour cuenta que por su cercanía al barranco de Santos no fue popular y por tal motivo fue abandonado a su suerte y luego urbanizado.
El día 2 de noviembre de 1847 Sabino Berthelot regresaba a Tenerife después de una estancia de mas de 17 años en el extranjero. Santa Cruz le pareció que había embellecido: “un nuevo paseo el de la Concordia, (acondicionado en 1838) de plátanos de sombra, morales, ár- boles del paraíso y acacias, bordeaban el barranco”. En 1849 el ilustre personaje, había sido nombrado por su país Francia, como agente consular interino, se instaló en una vivienda de alquiler de la calle del Castillo no 23, en ella existía un espacio denominado por él “Jardín morisco”. Este jardín ya existía desde antes de su llegada y entre las especies más notables que se hallaban cita el papayo, la platanera, el naranjo, y otras, entre ellas, algunos endemismos como Statice arborea y S. imbricata, Echium simplex y Echium pininana. Con poste- rioridad se fueron añadiendo otras especies tanto autóctonas, incluso de otras islas y exóticas. El jardín de la casa consular de Francia