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A MODO DE INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
Wolfredo Wildpret de la Torre
En esta breve introducción histórica, sobre la incipiente presencia del arbolado en Santa Cruz, se ha considerado imprescindible relatar algunas circunstancias notables, de un cierto carácter anecdótico, que pretenden relacionar el motivo de este escrito con el importante crecimiento de la pequeña Villa de principios del siglo hasta alcanzar a finales y comienzos del XIX, la relevancia política y comercial que debido a su puerto, el mejor de la isla, le llevó a ser nombrada la capital de la entonces Provincia de Canarias.
Viera y Clavijo en su Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias al definir la voz “árbol” proclama:
“La majestad con que un robusto árbol levanta su copa a los cielos, le da cierto aspecto halagüeño, y le imprime un aire de grandeza, que ningún otro ser viviente suele tener”.
En nuestras lecturas sobre la vegetación primitiva de mi ciudad natal, no hemos tenido la suerte de encontrar una exacta referencia his- tórica sobre cuál pudo ser el paisaje vegetal que se encontraron los colonizadores invasores al desembarcar en las playas de Añaza, cerca de la orilla sureste, de la desembocadura del Barranco de Santos. Allí, a las seis de la madrugada del uno de mayo de 1494 el Adelantado D. Alonso Fernández de Lugo clavó en el suelo una tosca cruz, considerándose el momento histórico de la fundación de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife.
En el libro “SED la historia del agua en Santa Cruz de Tenerife” del que es autor Luis Cola Benítez se detalla el siguiente párrafo:
“En relación al paraje de Añaza, en el que nació Santa Cruz de Tenerife dice nuestro imprescindible Alejandro Cioranescu, que las aguas eran antiguamente muy abundantes, suficientes, en todo caso, para mantener una capa de vegetación densa y un bosque casi ininterrum- pido, incluso en la ciudad actual, que aparece ahora más bien seca y sedienta, parece haber estado primitivamente cubierta de bosques”.
Información algo más completa se relata en el “Capítulo Primero de la Primera Época de los Apuntes para la Historia de Santa Cruz de Tenerife desde la fundación hasta nuestros tiempos” editada en 1875 de la que es autor el erudito D. José Desiré Dugour Martín (1814- 1875), dice así:
“El aspecto que presentaba a finales del siglo XV el mencionado territorio de Añaza, era el de un terreno inculto, cortado por barrancos y sembrado por gran parte de brezos, euforbias y otras plantas silvestres, entre las cuales pastaban sosegadamente los ganados de los insulares de aquel territorio. Sin embargo, en la parte sur, y como continuación de los montes de la Esperanza, se extendían bosques de acebuches y otros árboles, y muchos matorrales que llegaban casi a orillas del mar.